La solidaridad con el pueblo de Colombia es una exigencia de la historia
Comunicación de Miguel Urbano Rodrigues al Seminario Internacional sobre América Latina, promovido por el XIV congreso del PCB – Partido Comunista Brasileño – Rio de Janeiro, octubre de 2009
La decisión del gobierno de Obama de instalar en Colombia siete bases militares de Estados Unidos se inserta en la estrategia de dominación mundial de la nueva Administración norteamericana. El discurso de matices humanistas del actual Presidente y una campaña de propaganda arrasadora contribuyeron con que millones de personas creyesen que la política imperial de George Bush sería sustituida por una política de paz. Tal convicción es desmentida por la realidad.
Al declarar que la primera prioridad de su política exterior es vencer la guerra en Afganistán, Obama abrió la puerta para una escalada de violencia en Asia Central. Solamente la nominación del general Stanley Mc Chrystal – un criminal de guerra – para comandante operacional en la Región, es esclarecedora de las opciones del Presidente de Estados Unidos en un conflicto que trae a la memoria del pueblo norteamericano los fantasmas y traumas de Vietnam.
En América Latina, las iniciativas que confirman el retorno de una política “agresiva” son también inquietantes. El golpe en Honduras fue concebido y montado en reuniones realizadas en la Embajada de Estados Unidos en Tegucigalpa. La presencia, ahora permanente, de la IV Frota de la USNavy en aguas suramericanas traduce igualmente el objetivo de imponer por medios militares la voluntad de Washington en países que recusen someterse al poder imperial. En esa estrategia, la Colombia de Álvaro Uribe desempeña un rol fundamental.
El acuerdo ya firmado permite la instalación de siete bases norteamericanas: tres de la Fuerza Aérea, en Palanquero, Malambo y Apiay; dos de la USArmy en Tolemaida y Larandia; y dos de la USNavy en Cartagena y Bahía Málaga.
Colombia, como subrayó el partido del Polo Democrático, fue convertida por este acuerdo “en una plataforma para la consolidación y la expansión bélica de esta política que afecta no solamente la estabilidad de los gobiernos democráticos y progresistas como los proyectos de integración latinoamericana y del Caribe”.
Obama no innovó, dio continuidad a un proyecto ambicioso cuya ejecución fue iniciada por Clinton y Bush. La Venezuela bolivariana es el blanco principal. Hoy rodean a Venezuela bases militares de Estados Unidos situadas en seis países de la región: El Salvador, Honduras, Costa Rica, Panamá, Perú y Paraguay. A ellas se suman las de Aruba y Curaçao en el Caribe holandés, las de Puerto Rico y la de Guantánamo, en Cuba. En Colombia, ya existen desde hace mucho tres bases de Estados Unidos, la de Arauca, la de Larandia y la de Tres Esquinas.
Fue para denunciar la amenaza representada por la instalación de las nuevas bases norteamericanas que se realizó en Bariloche, Argentina, una Reunión de Cúpula extraordinaria de la Unión de las Naciones Suramericanas – UNASUR. Sin embargo, el objetivo no fue alcanzado. La Declaración Final, inocua, ni siquiera menciona expresamente a Colombia y los Estados Unidos. La reunión fue saboteada por Lula que llegó a ser grosero al dirigirse a Chávez y a Rafael Correa y se abstuvo de criticar a Uribe.
Es oportuno recordar que durante la Administración Clinton, el Pentágono elaboró un plan de intervención militar directa en Colombia. El pretexto invocado sería el combate al narcotráfico, pero el objetivo era la aniquilación de la Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – FARC- y del Ejército de Liberación Nacional –ELN. En la operación, sugerida por el general McCaffrey, participarían dos divisiones aerotransportadoras y tres divisiones de Marines, que envolvió 120.000 hombres. La intervención contra las FARC sería desencadenada inicialmente por tropas de Colombia y de otros países latinoamericanos, exactamente de Perú y de Ecuador.
La ofensiva terrestre y aérea estaba prevista para el año 2000, pero el proyecto fue archivado porque el gobierno de Clinton llegó a la conclusión de que tropezaría en la oposición del Congreso. La historia minuciosa del plan Caffrey fue, además, evocada con minucia en un artículo del profesor brasileño Moniz Bandera, publicado en septiembre pasado en la internet en sitios de información alternativa.
Durante la campaña electoral y después de su elección, Barack Obama se comprometió a desarrollar en la relación con América Latina una política distinta de aquella que sucesivos presidentes de Estados Unidos aplicaron, tratando a las naciones del Sur del Hemisferio como “el traspatio”. Pero la promesa está siendo desmentida. Es difícil evaluar hasta qué punto el Presidente actúa bajo presión de los poderosos engranajes del establishment. Pero los factores confirman que Washington, alarmada con la gran ola de protesta al imperialismo y a las políticas neoliberales que barre América Latina – y que encuentra su expresión más desafiadora en Venezuela, Ecuador y en Bolivia – decidió retomar una estrategia agresiva. En vez del anunciado diálogo entre iguales, las iniciativas del gran vecino del Norte dejan entrever amenazas militares.
LAS DOS COLOMBIAS
No hay en América Latina otro país donde la violencia sea, como en Colombia, un fenómeno endémico tan enraizado. Desde el Bogotazo, en 1948, fueron asesinadas más de 300 mil personas. No es de sorprender que la imagen del país en el mundo sea pésima. Para ello, contribuyen decisivamente campañas de desinformación que falsifican la Historia, y transforman las víctimas en criminales y los criminales en ciudadanos ejemplares.
En Washington, el régimen colombiano es presentado como democracia ejemplar. Significativamente, el departamento de Estado, en su último informe anual sobre la situación de los Derechos Humanos, incluye a Colombia en la lista de los países donde ellos son respetados. La Administración de Obama miente conscientemente.
Cuando era director de la Aeronáutica en el departamento de Antioquia, Uribe mantuvo relaciones con los carteles de droga. Virginia Vallejo, en un libro de memorias, cuenta que Pablo Escobar, su amante, le dijo que sin la ayuda de Uribe no habría podido hacer salir del país toneladas de cocaína. El nombre del actual Presidente figura, además, en la lista de aliados del narcotráfico en archivos de la CIA hoy desclasificados.
Años después, como gobernador de Antioquia, Uribe desempeñó un papel importante en la creación y financiamiento del paramilitarismo. Posteriormente fueron siempre íntimas sus relaciones con las llamadas Autodefensas de Colombia –AUC, la organización criminal paramilitar encargado por el ejército de practicar los crímenes más repugnantes. Es de dominio público que miles de paramilitares amnistiados fueron nombrados para cargos públicos. Un porcentaje considerable forma parte del cuerpo de espías - evaluado en un millón – que recibe un salario para transmitir informaciones sobre la insurgencia.
En el gobierno de Uribe, los escándalos – algunos que involucran miembros de su familia, ministros y generales de su total confianza – se tornaron rutina. El Presidente desarrolló un estilo imperial. Para reelegirse, hizo aprobar una enmienda a la Constitución después de haber comprado la mayoría del Congreso. Ahora repite la maniobra y prepara una segunda reelección a través de un referendo montado ad hoc.
No exageró el comandante Manuel Marulanda, fundador de las FARC, cuando lo definió como fascista enmascarado de demócrata. La política llamada de “Seguridad nacional” de Uribe se traduce en una estrategia de opresión y violencia, que configura la práctica de crímenes de genocidio.
LA SAGA DE LAS FARC
El gobierno de Bush consiguió, después del 11 de septiembre, que la ONU y la Unión Europea incluyesen las Fuerzas Armadas revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo, en la lista de las organizaciones terroristas. Pero, para desacreditar a las FARC, Washington y Bogotá fueron más lejos. Una campaña millonaria fue desencadenada a nivel mundial con dos objetivos:
1. Presentar a las FARC como una guerrilla íntimamente ligada al narcotráfico y que solamente sobreviviría por mantener íntimas ligaciones con los carteles de la droga.
2. Difundir la imagen de las FARC como una organización criminal, incompatible con los principios y valores de la democracia, que asesina a los campesinos, hace de los secuestros un pilar para su estrategia y tortura a los prisioneros.
Esas calumnias contribuyeron para que millones de personas en decenas de países, sobre todo en los medios intelectuales, tengan hoy sobre las FARC opiniones muy negativas, lo que dificulta extraordinariamente la solidaridad con la lucha de los combatientes del recordado Manuel Marulanda. Es útil recordar que la designación de “narcoguerrilla” fue forjada por Louis Stamb, ex embajador de Estados Unidos en Colombia y diplomático que mantenía estrechas relaciones con la CIA, en una reunión con militantes del Pentágono.
Si las FARC dispusieran de los millones que les son atribuidos, ciertamente habrían adquirido hace mucho misiles para defenderse de los ataques de la Fuerza Aérea de Uribe y de los aviones que espían sus campamentos en la selva. Y hasta hoy no poseen armas de ese tipo, como Washington reconoce.
Es oportuno recordar que los oficiales y soldados capturados en combate por las FARC son presentados por el gobierno de Bogotá como “secuestrados” y los guerrilleros presos como “terroristas”.
Significativamente, nunca que yo sepa, las grandes medios de la burguesía informaron que las FARC elaboraron un proyecto piloto que preveía en pocos años la erradicación de la coca mediante la sustitución de culturas en Cartagena del Chairá, responsable por la producción de un 90% de la droga de un Departamento. El costo de su aplicación sería apenas de 10 millones de dólares. El estudio fue enviado a la ONU, pero el gobierno Uribe se opuso a la iniciativa.
En lo que se refiere a la campaña internacional, que tiene por objetivo presentar a las FARC como un grupo de criminales y asesinos, la difusión de la mentira también funciona. El caso de Ingrid Bettancourt es esclarecedor de los métodos usados por el gobierno de Uribe. Durante años la ex candidata a la Presidencia de la República fue presentada como una heroína, que estaría a las puertas de la muerte en consecuencia de los malos tratos recibidos. Fue liberada mediante la compra del guerrillero responsable por su custodia en la selva. Pero el gobierno de Uribe engañó a la opinión mundial afirmando que ella fue rescatada por la Fuerza Aérea en una operación montada de acuerdo con la Cruz Roja Internacional. Pero luego se verificó que Ingrid estaba en perfecto estado de salud y llena de energía.
Clara Rojas, ex secretaria de Ingrid y su compañera de cautiverio, desenmascara además, en un libro reciente, a la falsa heroína cuyo comportamiento la aisló de los otros presos.
En 2001, pasé algunas semanas en un campamento de las FARC en la selva amazónica del Caquetá. En esos días tuve la oportunidad de hablar durante horas con el comandante Raúl Reyes – asesinado en 2008 en Ecuador durante un bombardeo realizado por la Fuerza Aérea colombiana – y de conocer a algunos destacados comandantes de las FARC, incluyendo a Manuel Marulanda, su legendario comandante-jefe.
Las conversaciones que en aquel entonces mantuve sobre múltiples temas con esos dirigentes de las FARC dejaron en mí un recuerdo imborrable. De esos encuentros llegué a la conclusión de que los hombres presentados como terroristas y rufianes por Uribe son revolucionarios merecedores de respeto, con un conocimiento inusual del marxismo-leninismo, la ideología del partido-guerrilla asumida por las FARC.
La vida me permitió establecer lazos no solo de camaradería, sino de amistad con algunos colombianos. Entre ellos ocupa el primer lugar Rodrigo Granda. Lo conocí en La Habana, lo reencontré en El Salvador, mucha veces en Cuba y en Venezuela, en la víspera de su secuestro por policías de Uribe. La amistad es un sentimiento difícil de jerarquizar. Pero de Rodrigo Granda puedo decir, camaradas, que él me aparece un revolucionario y un comunista ejemplar, un paradigma del casi mítico hombre nuevo que soñamos.
EL APELO A LA PAZ DE LAS FARC
Hace más de cuatro décadas que las FARC pelean por una Colombia verdaderamente independiente y democrática. En este batallar hubo un momento, al comienzo de los años 80, en que aceptaron suspender la lucha – sin entregar las armas – aceptando la propuesta del gobierno de la época para participar de la vida política transfiriendo para el campo institucional la defensa de su proyecto de sociedad.
¿Y que sucedió, camaradas? La Unión Patriótica, el partido-movimiento entonces creado por las FARC, fue blanco del mayor genocidio político de la historia de América Latina. En poco más de dos años, senadores, diputados, intelectuales, sindicalistas de la Unión Patriótica fueron asesinados.
Obviamente las FARC retomaron la lucha armada. La organización creció. Al inicio del milenio, cuando el presidente Pastrana concordó en abrir negociaciones con vista a la Paz y fue creada una Zona Desmilitarizada, con una superficie equivalente al estado de Espírito Santo, las FARC constituían un ejército popular con efectivos evaluados en 17 mil combatientes distribuidos por 60 Frentes de lucha. Solamente en Vietnam hay precedentes para una saga comparable a la de las FARC – EP.
Bajo la presión de Estados Unidos, de la oligarquía bogotana y del ejército, el presidente Pastrana cerró las puertas para cualquier negociación seria que pudiera conducir a la Paz, invadió y recuperó la Zona Desmilitarizada. Me acuerdo de que los comandantes guerrilleros, en La Macarena, en el acto de liberación unilateral de 300 prisioneros de las FARC – al que asistí – eran tratados con mucho respeto por los embajadores de grandes potencias europeas. Sin embargo, pasaron de un día a otro a tener la cabeza en juego como terroristas, narcotraficantes y asesinos. Con la llegada de Uribe a la Presidencia, la escalada asumió las proporciones de un asalto a la razón. Sucesivas ofensivas militares, que movilizaban decenas de miles de soldados, fueron desencadenadas con el objetivo de aniquilar las FARC. Todas fracasaron, a pesar de las armas y equipamientos sofisticados, proveídos por Estados Unidos.
Camaradas:
La solidaridad con el pueblo de Colombia, en estos días en que la administración de Obama desarrolla una estrategia que configura una amenaza global a América Latina, es una exigencia de la historia.
Uribe impuso a Colombia un régimen neofascista. El proyecto del Nuevo Estado uribista otorga al Ejecutivo un poder casi absoluto. Al consumarse la nueva reelección a través de métodos ilegítimos, Álvaro Uribe Veles gobernará como un dictador. Conforme recuerda el Secretariado de las FARC, Uribe, luego de su primera elección, anunció que destruiría la organización revolucionaria en un plazo de 18 meses. La promesa fue desmentida por la Historia. Ahora, al luchar por un tercer mandato, afirma que la victoria contra las FARC es inminente y habla del “final del final”, comprometiéndose a hacer de Colombia la “Ciudad del Sol”.
En realidad, el país fue transformado en una semi-colonia de Estados Unidos. De los diputados que apoyan a Uribe, 85 son paramilitares. En la cárcel cumplen pena decenas de congresistas condenados por crímenes graves.
Las FARC no surgieron por generación espontanea. El Secretariado de su Estado Mayor Central, en un apelo dirigido en julio al pueblo colombiano, le convida “a que trabaje por un Acuerdo Nacional de paz que construya una alternativa política que convoque al diálogo, ponga en campo una tregua bilateral y proceda a la retirada inmediata de las tropas norteamericanas y que, una vez alcanzados acuerdos con el protagonismo de las organizaciones sociales y políticas, convoque una Asamblea Constituyente para refrendar lo que fue acordado”.
Camaradas:
Los combatientes revolucionarios de las FARC que pelean por valores eternos de condición humana merecen el respeto y la solidaridad de los comunistas.
Las FARC enfrentan en su lucha tremendas dificultades. Pero las calumnias no hacen historia. Con el paso de los años los nombres de Uribe y de sus generales van a desaparecer en el polvo del tiempo. Pero el del comandante Manuel Marulanda será por siglos recordado. Ya atravesó las puertas del panteón de los héroes de América Latina.
Comunicación de Miguel Urbano Rodrigues al Seminario Internacional sobre América Latina, promovido por el XIV congreso del PCB – Partido Comunista Brasileño – Rio de Janeiro, octubre de 2009
La decisión del gobierno de Obama de instalar en Colombia siete bases militares de Estados Unidos se inserta en la estrategia de dominación mundial de la nueva Administración norteamericana. El discurso de matices humanistas del actual Presidente y una campaña de propaganda arrasadora contribuyeron con que millones de personas creyesen que la política imperial de George Bush sería sustituida por una política de paz. Tal convicción es desmentida por la realidad.
Al declarar que la primera prioridad de su política exterior es vencer la guerra en Afganistán, Obama abrió la puerta para una escalada de violencia en Asia Central. Solamente la nominación del general Stanley Mc Chrystal – un criminal de guerra – para comandante operacional en la Región, es esclarecedora de las opciones del Presidente de Estados Unidos en un conflicto que trae a la memoria del pueblo norteamericano los fantasmas y traumas de Vietnam.
En América Latina, las iniciativas que confirman el retorno de una política “agresiva” son también inquietantes. El golpe en Honduras fue concebido y montado en reuniones realizadas en la Embajada de Estados Unidos en Tegucigalpa. La presencia, ahora permanente, de la IV Frota de la USNavy en aguas suramericanas traduce igualmente el objetivo de imponer por medios militares la voluntad de Washington en países que recusen someterse al poder imperial. En esa estrategia, la Colombia de Álvaro Uribe desempeña un rol fundamental.
El acuerdo ya firmado permite la instalación de siete bases norteamericanas: tres de la Fuerza Aérea, en Palanquero, Malambo y Apiay; dos de la USArmy en Tolemaida y Larandia; y dos de la USNavy en Cartagena y Bahía Málaga.
Colombia, como subrayó el partido del Polo Democrático, fue convertida por este acuerdo “en una plataforma para la consolidación y la expansión bélica de esta política que afecta no solamente la estabilidad de los gobiernos democráticos y progresistas como los proyectos de integración latinoamericana y del Caribe”.
Obama no innovó, dio continuidad a un proyecto ambicioso cuya ejecución fue iniciada por Clinton y Bush. La Venezuela bolivariana es el blanco principal. Hoy rodean a Venezuela bases militares de Estados Unidos situadas en seis países de la región: El Salvador, Honduras, Costa Rica, Panamá, Perú y Paraguay. A ellas se suman las de Aruba y Curaçao en el Caribe holandés, las de Puerto Rico y la de Guantánamo, en Cuba. En Colombia, ya existen desde hace mucho tres bases de Estados Unidos, la de Arauca, la de Larandia y la de Tres Esquinas.
Fue para denunciar la amenaza representada por la instalación de las nuevas bases norteamericanas que se realizó en Bariloche, Argentina, una Reunión de Cúpula extraordinaria de la Unión de las Naciones Suramericanas – UNASUR. Sin embargo, el objetivo no fue alcanzado. La Declaración Final, inocua, ni siquiera menciona expresamente a Colombia y los Estados Unidos. La reunión fue saboteada por Lula que llegó a ser grosero al dirigirse a Chávez y a Rafael Correa y se abstuvo de criticar a Uribe.
Es oportuno recordar que durante la Administración Clinton, el Pentágono elaboró un plan de intervención militar directa en Colombia. El pretexto invocado sería el combate al narcotráfico, pero el objetivo era la aniquilación de la Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – FARC- y del Ejército de Liberación Nacional –ELN. En la operación, sugerida por el general McCaffrey, participarían dos divisiones aerotransportadoras y tres divisiones de Marines, que envolvió 120.000 hombres. La intervención contra las FARC sería desencadenada inicialmente por tropas de Colombia y de otros países latinoamericanos, exactamente de Perú y de Ecuador.
La ofensiva terrestre y aérea estaba prevista para el año 2000, pero el proyecto fue archivado porque el gobierno de Clinton llegó a la conclusión de que tropezaría en la oposición del Congreso. La historia minuciosa del plan Caffrey fue, además, evocada con minucia en un artículo del profesor brasileño Moniz Bandera, publicado en septiembre pasado en la internet en sitios de información alternativa.
Durante la campaña electoral y después de su elección, Barack Obama se comprometió a desarrollar en la relación con América Latina una política distinta de aquella que sucesivos presidentes de Estados Unidos aplicaron, tratando a las naciones del Sur del Hemisferio como “el traspatio”. Pero la promesa está siendo desmentida. Es difícil evaluar hasta qué punto el Presidente actúa bajo presión de los poderosos engranajes del establishment. Pero los factores confirman que Washington, alarmada con la gran ola de protesta al imperialismo y a las políticas neoliberales que barre América Latina – y que encuentra su expresión más desafiadora en Venezuela, Ecuador y en Bolivia – decidió retomar una estrategia agresiva. En vez del anunciado diálogo entre iguales, las iniciativas del gran vecino del Norte dejan entrever amenazas militares.
LAS DOS COLOMBIAS
No hay en América Latina otro país donde la violencia sea, como en Colombia, un fenómeno endémico tan enraizado. Desde el Bogotazo, en 1948, fueron asesinadas más de 300 mil personas. No es de sorprender que la imagen del país en el mundo sea pésima. Para ello, contribuyen decisivamente campañas de desinformación que falsifican la Historia, y transforman las víctimas en criminales y los criminales en ciudadanos ejemplares.
En Washington, el régimen colombiano es presentado como democracia ejemplar. Significativamente, el departamento de Estado, en su último informe anual sobre la situación de los Derechos Humanos, incluye a Colombia en la lista de los países donde ellos son respetados. La Administración de Obama miente conscientemente.
Cuando era director de la Aeronáutica en el departamento de Antioquia, Uribe mantuvo relaciones con los carteles de droga. Virginia Vallejo, en un libro de memorias, cuenta que Pablo Escobar, su amante, le dijo que sin la ayuda de Uribe no habría podido hacer salir del país toneladas de cocaína. El nombre del actual Presidente figura, además, en la lista de aliados del narcotráfico en archivos de la CIA hoy desclasificados.
Años después, como gobernador de Antioquia, Uribe desempeñó un papel importante en la creación y financiamiento del paramilitarismo. Posteriormente fueron siempre íntimas sus relaciones con las llamadas Autodefensas de Colombia –AUC, la organización criminal paramilitar encargado por el ejército de practicar los crímenes más repugnantes. Es de dominio público que miles de paramilitares amnistiados fueron nombrados para cargos públicos. Un porcentaje considerable forma parte del cuerpo de espías - evaluado en un millón – que recibe un salario para transmitir informaciones sobre la insurgencia.
En el gobierno de Uribe, los escándalos – algunos que involucran miembros de su familia, ministros y generales de su total confianza – se tornaron rutina. El Presidente desarrolló un estilo imperial. Para reelegirse, hizo aprobar una enmienda a la Constitución después de haber comprado la mayoría del Congreso. Ahora repite la maniobra y prepara una segunda reelección a través de un referendo montado ad hoc.
No exageró el comandante Manuel Marulanda, fundador de las FARC, cuando lo definió como fascista enmascarado de demócrata. La política llamada de “Seguridad nacional” de Uribe se traduce en una estrategia de opresión y violencia, que configura la práctica de crímenes de genocidio.
LA SAGA DE LAS FARC
El gobierno de Bush consiguió, después del 11 de septiembre, que la ONU y la Unión Europea incluyesen las Fuerzas Armadas revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo, en la lista de las organizaciones terroristas. Pero, para desacreditar a las FARC, Washington y Bogotá fueron más lejos. Una campaña millonaria fue desencadenada a nivel mundial con dos objetivos:
1. Presentar a las FARC como una guerrilla íntimamente ligada al narcotráfico y que solamente sobreviviría por mantener íntimas ligaciones con los carteles de la droga.
2. Difundir la imagen de las FARC como una organización criminal, incompatible con los principios y valores de la democracia, que asesina a los campesinos, hace de los secuestros un pilar para su estrategia y tortura a los prisioneros.
Esas calumnias contribuyeron para que millones de personas en decenas de países, sobre todo en los medios intelectuales, tengan hoy sobre las FARC opiniones muy negativas, lo que dificulta extraordinariamente la solidaridad con la lucha de los combatientes del recordado Manuel Marulanda. Es útil recordar que la designación de “narcoguerrilla” fue forjada por Louis Stamb, ex embajador de Estados Unidos en Colombia y diplomático que mantenía estrechas relaciones con la CIA, en una reunión con militantes del Pentágono.
Si las FARC dispusieran de los millones que les son atribuidos, ciertamente habrían adquirido hace mucho misiles para defenderse de los ataques de la Fuerza Aérea de Uribe y de los aviones que espían sus campamentos en la selva. Y hasta hoy no poseen armas de ese tipo, como Washington reconoce.
Es oportuno recordar que los oficiales y soldados capturados en combate por las FARC son presentados por el gobierno de Bogotá como “secuestrados” y los guerrilleros presos como “terroristas”.
Significativamente, nunca que yo sepa, las grandes medios de la burguesía informaron que las FARC elaboraron un proyecto piloto que preveía en pocos años la erradicación de la coca mediante la sustitución de culturas en Cartagena del Chairá, responsable por la producción de un 90% de la droga de un Departamento. El costo de su aplicación sería apenas de 10 millones de dólares. El estudio fue enviado a la ONU, pero el gobierno Uribe se opuso a la iniciativa.
En lo que se refiere a la campaña internacional, que tiene por objetivo presentar a las FARC como un grupo de criminales y asesinos, la difusión de la mentira también funciona. El caso de Ingrid Bettancourt es esclarecedor de los métodos usados por el gobierno de Uribe. Durante años la ex candidata a la Presidencia de la República fue presentada como una heroína, que estaría a las puertas de la muerte en consecuencia de los malos tratos recibidos. Fue liberada mediante la compra del guerrillero responsable por su custodia en la selva. Pero el gobierno de Uribe engañó a la opinión mundial afirmando que ella fue rescatada por la Fuerza Aérea en una operación montada de acuerdo con la Cruz Roja Internacional. Pero luego se verificó que Ingrid estaba en perfecto estado de salud y llena de energía.
Clara Rojas, ex secretaria de Ingrid y su compañera de cautiverio, desenmascara además, en un libro reciente, a la falsa heroína cuyo comportamiento la aisló de los otros presos.
En 2001, pasé algunas semanas en un campamento de las FARC en la selva amazónica del Caquetá. En esos días tuve la oportunidad de hablar durante horas con el comandante Raúl Reyes – asesinado en 2008 en Ecuador durante un bombardeo realizado por la Fuerza Aérea colombiana – y de conocer a algunos destacados comandantes de las FARC, incluyendo a Manuel Marulanda, su legendario comandante-jefe.
Las conversaciones que en aquel entonces mantuve sobre múltiples temas con esos dirigentes de las FARC dejaron en mí un recuerdo imborrable. De esos encuentros llegué a la conclusión de que los hombres presentados como terroristas y rufianes por Uribe son revolucionarios merecedores de respeto, con un conocimiento inusual del marxismo-leninismo, la ideología del partido-guerrilla asumida por las FARC.
La vida me permitió establecer lazos no solo de camaradería, sino de amistad con algunos colombianos. Entre ellos ocupa el primer lugar Rodrigo Granda. Lo conocí en La Habana, lo reencontré en El Salvador, mucha veces en Cuba y en Venezuela, en la víspera de su secuestro por policías de Uribe. La amistad es un sentimiento difícil de jerarquizar. Pero de Rodrigo Granda puedo decir, camaradas, que él me aparece un revolucionario y un comunista ejemplar, un paradigma del casi mítico hombre nuevo que soñamos.
EL APELO A LA PAZ DE LAS FARC
Hace más de cuatro décadas que las FARC pelean por una Colombia verdaderamente independiente y democrática. En este batallar hubo un momento, al comienzo de los años 80, en que aceptaron suspender la lucha – sin entregar las armas – aceptando la propuesta del gobierno de la época para participar de la vida política transfiriendo para el campo institucional la defensa de su proyecto de sociedad.
¿Y que sucedió, camaradas? La Unión Patriótica, el partido-movimiento entonces creado por las FARC, fue blanco del mayor genocidio político de la historia de América Latina. En poco más de dos años, senadores, diputados, intelectuales, sindicalistas de la Unión Patriótica fueron asesinados.
Obviamente las FARC retomaron la lucha armada. La organización creció. Al inicio del milenio, cuando el presidente Pastrana concordó en abrir negociaciones con vista a la Paz y fue creada una Zona Desmilitarizada, con una superficie equivalente al estado de Espírito Santo, las FARC constituían un ejército popular con efectivos evaluados en 17 mil combatientes distribuidos por 60 Frentes de lucha. Solamente en Vietnam hay precedentes para una saga comparable a la de las FARC – EP.
Bajo la presión de Estados Unidos, de la oligarquía bogotana y del ejército, el presidente Pastrana cerró las puertas para cualquier negociación seria que pudiera conducir a la Paz, invadió y recuperó la Zona Desmilitarizada. Me acuerdo de que los comandantes guerrilleros, en La Macarena, en el acto de liberación unilateral de 300 prisioneros de las FARC – al que asistí – eran tratados con mucho respeto por los embajadores de grandes potencias europeas. Sin embargo, pasaron de un día a otro a tener la cabeza en juego como terroristas, narcotraficantes y asesinos. Con la llegada de Uribe a la Presidencia, la escalada asumió las proporciones de un asalto a la razón. Sucesivas ofensivas militares, que movilizaban decenas de miles de soldados, fueron desencadenadas con el objetivo de aniquilar las FARC. Todas fracasaron, a pesar de las armas y equipamientos sofisticados, proveídos por Estados Unidos.
Camaradas:
La solidaridad con el pueblo de Colombia, en estos días en que la administración de Obama desarrolla una estrategia que configura una amenaza global a América Latina, es una exigencia de la historia.
Uribe impuso a Colombia un régimen neofascista. El proyecto del Nuevo Estado uribista otorga al Ejecutivo un poder casi absoluto. Al consumarse la nueva reelección a través de métodos ilegítimos, Álvaro Uribe Veles gobernará como un dictador. Conforme recuerda el Secretariado de las FARC, Uribe, luego de su primera elección, anunció que destruiría la organización revolucionaria en un plazo de 18 meses. La promesa fue desmentida por la Historia. Ahora, al luchar por un tercer mandato, afirma que la victoria contra las FARC es inminente y habla del “final del final”, comprometiéndose a hacer de Colombia la “Ciudad del Sol”.
En realidad, el país fue transformado en una semi-colonia de Estados Unidos. De los diputados que apoyan a Uribe, 85 son paramilitares. En la cárcel cumplen pena decenas de congresistas condenados por crímenes graves.
Las FARC no surgieron por generación espontanea. El Secretariado de su Estado Mayor Central, en un apelo dirigido en julio al pueblo colombiano, le convida “a que trabaje por un Acuerdo Nacional de paz que construya una alternativa política que convoque al diálogo, ponga en campo una tregua bilateral y proceda a la retirada inmediata de las tropas norteamericanas y que, una vez alcanzados acuerdos con el protagonismo de las organizaciones sociales y políticas, convoque una Asamblea Constituyente para refrendar lo que fue acordado”.
Camaradas:
Los combatientes revolucionarios de las FARC que pelean por valores eternos de condición humana merecen el respeto y la solidaridad de los comunistas.
Las FARC enfrentan en su lucha tremendas dificultades. Pero las calumnias no hacen historia. Con el paso de los años los nombres de Uribe y de sus generales van a desaparecer en el polvo del tiempo. Pero el del comandante Manuel Marulanda será por siglos recordado. Ya atravesó las puertas del panteón de los héroes de América Latina.
Miguel Urbano Rodrigues
Serpa, octubre de 2009
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