viernes, 4 de diciembre de 2009

Mirada a los movimientos juveniles de izquierda

Foto: Óscar Pérez - El Espectador
Las nuevas generaciones denuncian ser víctimas de amenazas, según ellos, como consecuencia de la militarización.

Los Rash durante una reunión en la sede del Polo Democrático. Prefieren no revelar su identidad por temor a represalias de la ultraderecha.

“El pasado miércoles 15 de abril a las 11:25 de la mañana, el compañero Jefferson Orlando Corredor Uyaban, militante y miembro del Comité Central de la Juventud Comunista Colombiana (Juco), recibió en la sede Regional Santander un sobre de manila que decía: ‘Señores, Juco Bucaramanga’. Al abrirlo, había un estuche religioso en paño, que contenía imágenes de la Virgen María y una postal del Señor de Monserrate. En el centro del cofre estaba anexa una carta fúnebre con una amenaza de muerte al compañero Javier Castro, otro militante de la región”.

Se trata de una de las tantas denuncias que la oficina de Derechos Humanos de la Juco ha recopilado este año. Para Martha Carvajalino, secretaria política del movimiento en Bogotá, la militarización del país, como parte de la Seguridad Democrática, ha aumentado significativamente la estigmatización y la criminalización de los dirigentes de esta tendencia. “En este período hemos tenido varios compañeros desaparecidos, asesinados, judicializados y exiliados”, agrega.

Así, mientras en la derecha juvenil han aumentado los adeptos, en algunos sectores de la izquierda, a pesar de que su ideas sigan despertando simpatías, muchos jóvenes se han alejado de las filas por miedo y por prevención. “Los niveles de amenazas son muy amplios y eso a la gente le da temor”, dice Carvajalino. No obstante, pese a la falta de garantías las juventudes comunistas cuentan en Bogotá con 350 militantes activos.

Quienes son parte de esta tendencia profesan un compromiso permanente de estudio y reflexión de la política y de las experiencias latinoamericanas. Los “camaradas” deben ser solidarios y con valores. Claro que los valores para ellos no son los mismos que para la derecha. Se resumen en camaradería, fraternidad y sinceridad. En principio, quienes son parte de esta ideología ven la religión como una forma de dominación y por eso no profesan ninguna.

A la familia los jóvenes de la Juco la conciben como parte de la sociedad burguesa. No es que no crean en el amor, según ellos este es un sentimiento libre, por el cual las personas se unen voluntariamente entre sí y no porque ese sea el orden de la vida.

Y el precio de sus ideas y de declararse abiertamente comunistas es llevar a cuesta el señalamiento de guerrilleros. La Juco insiste en que las Farc son una organización armada, mientras que ellos tomaron el camino de la lucha civil, abierta y pública. “Cuando nos relacionan con la guerrilla nos están poniendo como objetivos militares”, asegura la joven Carvajalino, una abogada de la Universidad Nacional de 26 años.

Tan riesgosa es la situación en sus filas que, según la líder política, la mayoría de los dirigentes del partido tienen un esquema de protección del Ministerio del Interior. Pero Carvajalino manifiesta una preocupación adicional: “En el caso juvenil, además de las amenazas del paramilitarismo tenemos el problema de la limpieza social. Hay gente que va por las calles observando a los militantes”.

Representación obrera

Los Rash, esos jóvenes que visten de negro, botas militares y pantalones remangados, según cuentan, en honor a la clase obrera, dicen que por las calles de sus barrios, muy a menudo frente al grupo se estacionan camionetas blindadas que después de vigilarlos por varios minutos se esfuman. Los hostigamientos por internet también son constantes.

Y aunque los atuendos de los rojos, anarquistas y cabezas rapadas parezcan intimidantes, ellos explican el ocultamiento de sus rostros como una medida de protección. De hecho, los Rash tienen una faceta que no todo el mundo conoce: cuentan que además de su trabajo político también hacen labores sociales en los barrios populares de Bogotá.

Sebastián Torres, militante rash de 18 años, dice que el trabajo más impactante es el que realiza con niños en las localidades de Usme y Cazucá (Bogotá). “Hacemos toques (conciertos) y cobramos cinco mil pesos por entrada más material educativo”, cuenta el joven.

Redacción Política - EL ESPECTADOR

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