jueves, 29 de octubre de 2009

Fracasa política universitaria uribista

Por: Guillermo Baquero

La crisis de la universidad pública colombiana, obliga a ensanchar la mirada sobre los elementos que desbordan su delicada situación económica – financiera, que es una de las secuelas más sensibles del fenómeno desarrollista que ha impuesto en la última etapa el gobierno de Uribe Vélez a la Universidad. Los postulados de la revolución educativa encaran una supuesta modernización de la educación Superior, soportada en los pilares de la Cobertura, la Calidad, la pertinencia y la eficiencia, desde la premisa de hacer más con menos, donde las universidades puedan autofinanciar integralmente sus gastos y logren ser, uno de los principales eslabones productivos del mercado en Colombia (Modelo universidad-Empresa), como el lamentable caso de la Universidad de Pamplona, que en tres años, pasó de ser el ejemplo de ese modelo al colapso, y su única salida según el Gobierno, es transitar por el mismo sendero que el de la Universidad del Atlántico, que bajo la aplicación de la ley de quiebras, hoy se encuentra al borde de la liquidación.

No podríamos limitarnos a valorar cuantitativamente las presiones generadas por esta política en el presupuesto de las universidades, donde las nuevas obligaciones, como el pago de la producción intelectual, el incremento desaforado de cobertura, la acreditación de programas, la cualificación docente, la regionalización, el pasivo pensional, la sistematización y otras responsabilidades, han generado un déficit acumulado que sobrepasa los 158.000 millones y unos gastos de personal que superan los 469.000 millones de pesos con corte a diciembre de 2007 y a pesos del mismo años.

El fondo de la crisis, en esencia expresa el fracaso de un modelo de sociedad excluyente que destina más del 20% del PIB a la guerra y un 0.4% a la educación superior, pero además, un modelo que financia la demanda educativa desde el crédito de ICETEX, siendo éste, la versión de Agro Ingreso Seguro en el sector educativo. Este modelo autoritario de educación, asume la universidad como estricto escenario para la instrucción laboral, desde la apología de las competencias, liquidando las libertades democráticas, la construcción de pensamiento crítico, la reflexión, el dialogo y cualquier posibilidad de cualificación de los conflictos sociales, principios desde donde se nutre, la naturaleza de una universidad en razón de la sociedad y no del mercado.

La movilización de miles de jóvenes universitarios, otros sectores sociales y el apoyo parlamentario, logro arrancar algunos recursos de la seguridad democrática, que no pretendían otorgar a las universidades, aunque estos, no son suficientes para sortear la delicada situación financiera, y por otro lado, su distribución será hecha por el ministerio de educación, bajo los criterios que han conducido a la universidad a tan grave situación. La decisión incondicional del movimiento estudiantil y el proceso desarrollado, demostró la posibilidad de alterar desde la movilización, no solo la distribución del presupuesto nacional, sino de cualquier intención de suprimir los derechos fundamentales del pueblo colombiano.

Los retos del movimiento estudiantil y universitario, se suscriben a la necesidad de defender radicalmente el derecho a una educación verdaderamente pública, gratuita, democratizadora y para la transformación. No es la defensa de esta educación del saber hacer, es lucha por la educación del ser, donde los hombres y las mujeres seamos piedra angulas del desarrollo humano de la sociedad y no objetos con los únicos derechos de comprar y vender. Pero además, los universitarios debemos forjar desde nuestros escenarios de construcción colectiva, herramientas para la articulación con otros sectores sociales y populares, que desborde en un gran proceso de reforma democrática de la universidad colombiana.

La unidad y la organización sin vacilación del movimiento estudiantil, podrá lograr arrastrar a un estadio distinto, la cruel realidad que padece el país, su rebeldía y sus pasos sin temores, tiene el deber de romper con la imposición del silencio y las cadenas del terror; tiene la fuerza suficiente, para despojar a esta generación del vergonzoso lastre del estado comunitario.
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