Por Nuria Barbosa León, periodista de Radio Progreso y Radio Habana Cuba
Ser cubano es un privilegio, y en época de olimpiadas, este sentido de identidad se exacerba aún más porque vibran los corazones y el fluir de la sangre se siente a un ritmo acelerado cuando las camisetas sudadas defienden una medalla para la Isla.
La señal de televisión y radio están a disposición del espectáculo deportivo las 24 horas persiguiendo la participación de la delegación cubana. No es raro ver las calles vacías y las guaguas sin pasajeros cuando un partido importante se disputa.
Las discusiones son frecuentes en centros laborales y en todo lugar con aglomeración de público, hay quien demuestra sus dotes teóricos en la dirección de equipo ó como jueces. A todas luces se ve una gran cultura deportiva en el argot popular de la Mayor de las Antillas.
Grandes disgustos y polémicas subidas de tono se observan cuando una decisión arbitral es injusta, más cuando se trata de jugadas limpias y se pone en evidencia la honestidad de los jueces, que presumimos cumplen mandatos políticos.
El plato fuerte son los partidos de béisbol y de voleibol femenino, cada carrera o tanto se disfruta con gran algarabía callejera y los gritos en horas de la madrugada, --cuando hay transmisión en vivo--, rompen el silencio de la noche y parece una complicidad concertada cuando sólo es espontánea.
Lo impresionante es ver el coraje de los atletas del Caimán Caribeño que con dignidad compiten con rivales muy superiores a ellos porque sus países derrochan recursos en sus entrenamientos.
Es cierto que el estado cubano se preocupa y atiende al atleta de alto rendimiento e invierte grandes sumas en la formación de los deportistas, pero debemos decir que pululan las instalaciones deportivas en mal estado, sobre todo las piscinas, también la escasez de implementos deportivos (muy costosos para países subdesarrollados), y los vestuarios y coloridos para los eventos nacionales.
Las escuelas de iniciación deportiva necesitan de reparación capital en sus áreas y muchas áreas y estadios en el interior del país son construidos por esfuerzo propio de los pobladores del lugar.
Algo que golpea grandemente es la poca participación de Cuba en topes internacionales para el fogueo necesario y la acumulación de puntos en los ranking por especialidades para clasificar en mejores posiciones.
Pero es válido destacar, el programa de captación de atletas desde la niñez; la sistematicidad en los entrenamientos con técnicas ideadas por los propios hombres supliendo carencias materiales; el desarrollo de equipos con la formación de directivos capaces de escalar altos puestos en el podium; la elevación del nivel cultural y académico de los deportistas que estudian hasta graduarse de licenciatura; la divulgación del deporte por todos los medios de comunicación masiva del país; y sobre todo, por el empuje, el tesón y la dignidad de los cubanos ante cada rival.
Ya el dopaje dejó de ser un problema para la delegación cubana porque antes de partir a cualquier evento ya se le hicieron varias pruebas en el laboratorio antidoping radicado en la capital cubana. Cada uno de los atletas son estrictamente seguidos por comisiones médica, que no sólo vigilan el uso de sustancias nocivas sino que se esmeran por cuidar de la salud, en primer orden, de forma integral.
Nos duelen las deserciones con el robo de cerebro por parte de las grandes potencias, tema ignorado y callado por quienes dominan el mundo. Esos deportistas representan medallas y triunfos fraudulentos, perjudicial para aquellos que decidieron no defender más su bandera porque se convierten es esclavos comprados por decisión propia.
Cuba participa en las olimpiadas defendiendo no sólo la insignia nacional, está allí abanderando a los países subdesarrollados, buscando la gloria de los excluidos del olimpismo por se pobre; compitiendo por los desheredados de recursos en la formación de atletas; enalteciendo las multitudes y evocando: ¡Aquí está la América del sur del Río Bravo!
Gritemos pues; por los colores, rojo, blanco y azul y por la gloria deportiva de aquellos sin voz. No dejamos morir la confrontación humana pacífica. Una vez más digamos: ¡Patria es humanidad!
Ser cubano es un privilegio, y en época de olimpiadas, este sentido de identidad se exacerba aún más porque vibran los corazones y el fluir de la sangre se siente a un ritmo acelerado cuando las camisetas sudadas defienden una medalla para la Isla.
La señal de televisión y radio están a disposición del espectáculo deportivo las 24 horas persiguiendo la participación de la delegación cubana. No es raro ver las calles vacías y las guaguas sin pasajeros cuando un partido importante se disputa.
Las discusiones son frecuentes en centros laborales y en todo lugar con aglomeración de público, hay quien demuestra sus dotes teóricos en la dirección de equipo ó como jueces. A todas luces se ve una gran cultura deportiva en el argot popular de la Mayor de las Antillas.
Grandes disgustos y polémicas subidas de tono se observan cuando una decisión arbitral es injusta, más cuando se trata de jugadas limpias y se pone en evidencia la honestidad de los jueces, que presumimos cumplen mandatos políticos.
El plato fuerte son los partidos de béisbol y de voleibol femenino, cada carrera o tanto se disfruta con gran algarabía callejera y los gritos en horas de la madrugada, --cuando hay transmisión en vivo--, rompen el silencio de la noche y parece una complicidad concertada cuando sólo es espontánea.
Lo impresionante es ver el coraje de los atletas del Caimán Caribeño que con dignidad compiten con rivales muy superiores a ellos porque sus países derrochan recursos en sus entrenamientos.
Es cierto que el estado cubano se preocupa y atiende al atleta de alto rendimiento e invierte grandes sumas en la formación de los deportistas, pero debemos decir que pululan las instalaciones deportivas en mal estado, sobre todo las piscinas, también la escasez de implementos deportivos (muy costosos para países subdesarrollados), y los vestuarios y coloridos para los eventos nacionales.
Las escuelas de iniciación deportiva necesitan de reparación capital en sus áreas y muchas áreas y estadios en el interior del país son construidos por esfuerzo propio de los pobladores del lugar.
Algo que golpea grandemente es la poca participación de Cuba en topes internacionales para el fogueo necesario y la acumulación de puntos en los ranking por especialidades para clasificar en mejores posiciones.
Pero es válido destacar, el programa de captación de atletas desde la niñez; la sistematicidad en los entrenamientos con técnicas ideadas por los propios hombres supliendo carencias materiales; el desarrollo de equipos con la formación de directivos capaces de escalar altos puestos en el podium; la elevación del nivel cultural y académico de los deportistas que estudian hasta graduarse de licenciatura; la divulgación del deporte por todos los medios de comunicación masiva del país; y sobre todo, por el empuje, el tesón y la dignidad de los cubanos ante cada rival.
Ya el dopaje dejó de ser un problema para la delegación cubana porque antes de partir a cualquier evento ya se le hicieron varias pruebas en el laboratorio antidoping radicado en la capital cubana. Cada uno de los atletas son estrictamente seguidos por comisiones médica, que no sólo vigilan el uso de sustancias nocivas sino que se esmeran por cuidar de la salud, en primer orden, de forma integral.
Nos duelen las deserciones con el robo de cerebro por parte de las grandes potencias, tema ignorado y callado por quienes dominan el mundo. Esos deportistas representan medallas y triunfos fraudulentos, perjudicial para aquellos que decidieron no defender más su bandera porque se convierten es esclavos comprados por decisión propia.
Cuba participa en las olimpiadas defendiendo no sólo la insignia nacional, está allí abanderando a los países subdesarrollados, buscando la gloria de los excluidos del olimpismo por se pobre; compitiendo por los desheredados de recursos en la formación de atletas; enalteciendo las multitudes y evocando: ¡Aquí está la América del sur del Río Bravo!
Gritemos pues; por los colores, rojo, blanco y azul y por la gloria deportiva de aquellos sin voz. No dejamos morir la confrontación humana pacífica. Una vez más digamos: ¡Patria es humanidad!
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