El ‘cambio de estilo’ de Santos, en relación con Uribe, no es cosa de pulimiento. El fondo del continuismo, más que a permanecer, tiende a consolidarse. Si Santos actúa con algún tacto y distancia metodológica es sobre todo por la fuerte presión internacional. No es la menos directa, dicho sea de paso, la de Washington cuyo departamento de Estado abogaba ostensiblemente por una cirugía institucional y un sustituto confiable del incómodo aliado colombiano en franco desgaste.
El discurso del nuevo presidente no dejó duda ninguna. El énfasis en la llamada regla fiscal y el acto legislativo sobre sostenibilidad representan el proyecto de un freno a los derechos sociales bajo el pretexto absoluto de la falta de recursos. Agréguese a esto el denominado mapa minero, la entrega de los parques nacionales, la intensificación del saqueo petrolero, todo ello para el capital transnacional; la continuidad de la política de seguridad y guerra interior; las propuestas de reforma a la justicia y a la fiscalía, que prometen proseguir bajo otras formas ‘decentes’ los roces con el poder judicial. Ni una palabra sobre qué va a pasar con las investigaciones sobre falsos positivos, espionaje y persecución política, especialmente tras la ratificación en su puesto del actual jefe del DAS. Las bases militares en manos de los yanquis, motivo del aislamiento frente a Latinoamérica permanecen sin ser nombradas. La formalización laboral, el tema de los parafiscales, la acción frente al desempleo y la pobreza no se desatan de las ligaduras a las fórmulas del Banco Mundial.
Una excepción alentadora pareciera ser el anunciado respeto a la oposición y la propuesta del ministro Vargas Lleras de un estatuto, hasta ahora no alcanzado en los 19 años de la Constitución de 1991. Esta pequeña ventana que apenas se insinúa sería la única ventilación de la antidemocracia que rezuma, por todos sus poros, el régimen y su inseparable corrupción. También dijo Santos que la llave del diálogo para una salida hacia la paz no está perdida. Y, sin más vueltas, aceleró el acercamiento con Venezuela, requerido por la presión de todos los presidentes latinoamericanos. Estos datos son el reflejo de las contradicciones reales del país y de la lucha de la oposición democrática y social. Desde dentro y fuera del gobierno, Uribe y su corte de ultraderecha harán todo tipo de contrapeso para frustrar los pasos afirmativos.
Por lo tanto, nada puede esperar el pueblo como dádiva del nuevo gobierno. Si algo logra conquistar, frágil y condicional, será al costo de dura brega, de movilizaciones contundentes y unitarias. Nunca como resultado de negociaciones individuales con el poder, menos aún al margen y en contra de la unidad del Polo Democrático Alternativo. La batalla con la ultraderecha, con el continuismo de clase, con la antidemocracia y el intervencionismo militar imperial se anuncian como una lucha del largo plazo. La izquierda entiende que existen diferencias entre los sectores dominantes y que hay que actuar para que tales contradicciones se desarrollen en favor de los intereses populares, de las libertades democráticas, del avance hacia una solución política que ponga fin a la guerra interna y a la presencia militar de Estados Unidos en Colombia.
Consecuente con esto, el Polo no se niega al diálogo pero es celoso de su unidad. Solo su acercamiento a las razones profundas de la lucha popular, su disposición a no ver enemigos en la izquierda y su compromiso de obrar por la más amplia convergencia unitaria fortalecerá su vocación, más que simplemente opositora, como alternativa al estrecho modelo del Estado continuista.
JAIME CAYCEDO
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El discurso del nuevo presidente no dejó duda ninguna. El énfasis en la llamada regla fiscal y el acto legislativo sobre sostenibilidad representan el proyecto de un freno a los derechos sociales bajo el pretexto absoluto de la falta de recursos. Agréguese a esto el denominado mapa minero, la entrega de los parques nacionales, la intensificación del saqueo petrolero, todo ello para el capital transnacional; la continuidad de la política de seguridad y guerra interior; las propuestas de reforma a la justicia y a la fiscalía, que prometen proseguir bajo otras formas ‘decentes’ los roces con el poder judicial. Ni una palabra sobre qué va a pasar con las investigaciones sobre falsos positivos, espionaje y persecución política, especialmente tras la ratificación en su puesto del actual jefe del DAS. Las bases militares en manos de los yanquis, motivo del aislamiento frente a Latinoamérica permanecen sin ser nombradas. La formalización laboral, el tema de los parafiscales, la acción frente al desempleo y la pobreza no se desatan de las ligaduras a las fórmulas del Banco Mundial.
Una excepción alentadora pareciera ser el anunciado respeto a la oposición y la propuesta del ministro Vargas Lleras de un estatuto, hasta ahora no alcanzado en los 19 años de la Constitución de 1991. Esta pequeña ventana que apenas se insinúa sería la única ventilación de la antidemocracia que rezuma, por todos sus poros, el régimen y su inseparable corrupción. También dijo Santos que la llave del diálogo para una salida hacia la paz no está perdida. Y, sin más vueltas, aceleró el acercamiento con Venezuela, requerido por la presión de todos los presidentes latinoamericanos. Estos datos son el reflejo de las contradicciones reales del país y de la lucha de la oposición democrática y social. Desde dentro y fuera del gobierno, Uribe y su corte de ultraderecha harán todo tipo de contrapeso para frustrar los pasos afirmativos.
Por lo tanto, nada puede esperar el pueblo como dádiva del nuevo gobierno. Si algo logra conquistar, frágil y condicional, será al costo de dura brega, de movilizaciones contundentes y unitarias. Nunca como resultado de negociaciones individuales con el poder, menos aún al margen y en contra de la unidad del Polo Democrático Alternativo. La batalla con la ultraderecha, con el continuismo de clase, con la antidemocracia y el intervencionismo militar imperial se anuncian como una lucha del largo plazo. La izquierda entiende que existen diferencias entre los sectores dominantes y que hay que actuar para que tales contradicciones se desarrollen en favor de los intereses populares, de las libertades democráticas, del avance hacia una solución política que ponga fin a la guerra interna y a la presencia militar de Estados Unidos en Colombia.
Consecuente con esto, el Polo no se niega al diálogo pero es celoso de su unidad. Solo su acercamiento a las razones profundas de la lucha popular, su disposición a no ver enemigos en la izquierda y su compromiso de obrar por la más amplia convergencia unitaria fortalecerá su vocación, más que simplemente opositora, como alternativa al estrecho modelo del Estado continuista.
JAIME CAYCEDO
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