martes, 11 de agosto de 2009

La crisis y el movimiento popular




Por: Jaime Caicedo


La crisis de las relaciones entre América Latina y el imperialismo se ha puesto de manifiesto con claridad en el escándalo de las bases militares del que es protagonista el gobierno colombiano. Lo que pretende presentarse como una contradicción entre Colombia y sus vecinos Ecuador y Venezuela en realidad traduce la resistencia de los nuevos procesos democráticos y los pueblos del continente a la pretensión estadounidense de atravesarse a los cambios en curso, acudiendo a los viejos métodos de la desestabilización de los gobiernos, a los golpes de Estado, como lo intentó en Venezuela en 2002 y lo hace descaradamente en Honduras actualmente y al despliegue del poderío militar intervencionista.

Digámoslo de otra manera. La situación interna colombiana ha adquirido una agudización puntual en el impasse de la segunda reelección de Álvaro Uribe. El elemento crítico es que la continuidad del régimen se ha puesto en dependencia casi exclusiva de la necesidad personal del presidente actual de permanecer en el poder. En plata blanca, el tratado militar para las bases es la confesión clara del fracaso de la seguridad democrática y de la guerra civil convertida en política permanente de Estado. Tanto Uribe como el Comando Sur coinciden en el proyecto que prolonga forzadamente la guerra interior en Colombia con el pretexto de la acción antinarcóticos y el antiterrorismo. La grave novedad se configura el último año: se trata de la IV Flota y ahora el paso de Colombia a ser plataforma militar y aeronaval del Pentágono. Por eso, como ha escrito Fidel Castro, “los argumentos utilizados para el establecimiento de siete bases aeronavales en Colombia son un insulto a la inteligencia”.

Uribe busca una falsa “unidad nacional” alrededor de sus propósitos. La presencia en Caracas de colombianos y colombianas por la paz, del expresidentes Samper, del Polo; las inquietudes de los gobernadores de frontera y los graves problemas económicos y sociales puestos sobre la mesa, incluso por sectores de la burguesía, muestran que no hay unidad “nacional” alrededor del aventurerismo guerrerista y de una política de entrega de la soberanía al extranjero. La cautela de UNASUR en la cumbre de Quito no disminuye el aislamiento profundo del gobierno uribista en el continente.

La crisis que se ha revelado en el plano internacional refleja y prolonga la crisis política interna. Algunos precandidatos, candidatos presidenciales y jefes políticos contrarios a la reelección pelaron el cobre y corrieron a apoyar al gobierno, a respaldar las bases y a pedir, como en el caso de Vargas Lleras, un mayor compromiso militar con Estados Unidos. Sin duda la crisis ahonda la polarización sociopolítica pero, a la vez, define campos. Nuevos sectores ven con interés la urgencia de un cambio político y un cambio en el poder. Significa que puede ampliarse el campo de la oposición democrática y popular; puede ampliarse la movilización unitaria; puede crecer la convergencia de fuerzas para la construcción de un gobierno democrático que rescate el compromiso social del poder, la soberanía, la política de paz y, como lo ha planteado Carlos Gaviria Díaz precandidato del Polo, la decencia.

De inmediato la tarea es ganar la calle con la denuncia de las bases militares a la par que contra la política económica a favor de los multimillonarios, contra la intensificación de la guerra y el abandono de la política social. Hoy es posible unir todas las fuerzas dispuestas a derrotar a Uribe y crear un régimen democrático, incluyente, soberano y pacífico.

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