LAS BASES ESTADOUNIDENSES: AMENAZA Y PELIGRO
La revista Semana en su edición 1445, correspondiente al 9 de enero de 2010, se refiere a la posibilidad de un conflicto entre Colombia y Venezuela como “una bomba de tiempo”. En esencia, concluye que el riesgo real puede provenir únicamente de un arranque de locura del presidente Hugo Chávez, en un ambiguo menú que conjugaría delirios expansivos del país hermano y la obsesión de imponer el socialismo del siglo XXI mediante un acto de fuerza agresivo.
Para Semana debe descartarse la idea de que Estados Unidos pretenda intervenir contra Venezuela utilizando a Colombia. Esto, dice, “… sucedía cuando EEUU era de verdad un imperio…”, situación que a su parecer ya no existe desde la caída del muro de Berlín. En cuanto a que el peligro pueda provenir de la complicidad con del gobierno colombiano Semana ignora el deterioro progresivo de las relaciones por la presencia paramilitar en el país vecino, el espionaje en asocio con la central de inteligencia estadounidense, los actos inamistosos por cuenta del DAS, los intentos por mostrar al gobierno venezolano como protector y promotor de la insurgencia colombiana. Serían solo detalles anecdóticos si no mediaran los prejuicios aristocráticos de personajes como Juan Manuel Santos y sus oscuras relaciones en el comercio de armas con sectores conspiradores de adentro de Venezuela.
Semana desestima dos hechos fundamentales de la geopolítica continental. EEUU fue quien pidió la instalación de las 7 bases, como lo ha afirmado el embajador de ese país. ¿Con base en qué balance del conflicto interno el gobierno Uribe justifica la necesidad de semejante montaje militar? En la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo ¿Cuál es su eficacia? A falta de un balance serio las 7 bases militares son una exageración. Aparecen más bien como una forma de ocupación de Colombia, con copamiento de su capacidad de autodefensa nacional.
¿Qué interés superior de EEUU impone semejante función a unas bases militares colombianas destinadas por ley a la defensa de la soberanía? Es una irresponsabilidad de Semana sostener que el tratado de las bases es un “acuerdo simbólico” que “carece de importancia militar”. No es el volumen de tropas, como sostiene Semana, lo decisivo hoy sino el tipo de armamento aéreo, su coordinación con el complejo de bases en el continente y con la IV Flota Naval. Por tanto, obra Colombia como un trampolín del Comando sur y el yunque de una primera respuesta del vecino país en caso de conflicto. Con la conocida táctica estadounidense de “actuar con manos ajenas” lo que ocurriría es que personal colombiano sea usado como carne de cañón. En todo caso cualquier provocación puede detonar la complicada situación a la que nos abocan las bases estadounidenses.
Un segundo hecho notorio por el que no se pregunta Semana es qué significa la definición de lo que la doctrina de seguridad nacional de Estados Unidos llama populismos anti estadounidenses en referencia a los procesos de cambio democrático que han venido ocurriendo en el continente, a los que cataloga como una amenaza a su seguridad nacional. Washington orquesta un nuevo tratamiento a sus relaciones con América Latina para lo cual busca un renacimiento de la derecha neoconservadora en el continente con vistas retomar el control político de los estados, lo que incluye actos tan violatorios de la institucionalidad como el golpe de estado en Honduras y la farsa de la elección de Porfirio Lobo. Una agresión de EEUU no necesita ser una intervención militar directa, aunque hace parte de su proceder reciente. Ya lo fue su respaldo al golpe contra Chávez en 2002 y el reconocimiento al gobierno fugaz de Carmona Estanga. Por eso el golpe de Honduras es un modelo que Washington ha puesto entre sus ensayos de laboratorio.
Un propósito de la seguridad nacional de los Estados Unidos es destruir la revolución bolivariana y desestabilizar los gobiernos democráticos que no siguen los dictados del imperio.
Por eso, la hipótesis de una agresión de EEUU en Venezuela, entendida como lo venimos planteando es mucho más probable que la de una agresión gratuita de este país a Colombia. Digámoslo más claro: hoy un incidente como el de Ecuador el 1 de marzo de 2008 tendría todos los rasgos de una provocación como en aquella ocasión pero, además, contaría el respaldo militar directo de los Estados Unidos.
En conclusión, lo que oculta Semana es la grave circunstancia en que nos involucra el “inocente” tratado de las bases. Se trata de crear las condiciones materiales y subjetivas, por medio de la propaganda guerrerista y los pretextos de inspiración militar para poner en confrontación dos pueblos hermanos y dos estados con orientaciones sociopolíticas diferentes pero que pueden coexistir y cooperar pacíficamente en su desarrollo y objetivos comunes derivados de su historia, su proximidad, su complementariedad y sus aspiraciones comunes a la independencia nacional, el desarrollo, la paz y el buen vivir.
Solo podemos rechazar esta nueva política de los Estados Unidos. Su intervencionismo en Colombia nos genera un peligro de guerra, ajeno a los intereses del pueblo colombiano. Pero, además, se convierte en el principal obstáculo para alcanzar la paz interior, por una vía política, de diálogo y negociación.
En este año que inaugura el período del Bicentenario de nuestra independencia el primer deber patriótico consiste en asumir con toda responsabilidad la lucha contra las bases militares, contra la ingerencia creciente de Washington en los asuntos internos del país y su proyecto manifiesto de convertir a Colombia en una satrapía erizada de armas frente a América Latina.
En este sentido todas las fuerzas democráticas y, en primer lugar la izquierda colombiana, tiene que definir unitariamente su papel y sus tareas patrióticas e internacionalistas insoslayables.
JAIME CAYCEDO TURRIAGO
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La revista Semana en su edición 1445, correspondiente al 9 de enero de 2010, se refiere a la posibilidad de un conflicto entre Colombia y Venezuela como “una bomba de tiempo”. En esencia, concluye que el riesgo real puede provenir únicamente de un arranque de locura del presidente Hugo Chávez, en un ambiguo menú que conjugaría delirios expansivos del país hermano y la obsesión de imponer el socialismo del siglo XXI mediante un acto de fuerza agresivo.
Para Semana debe descartarse la idea de que Estados Unidos pretenda intervenir contra Venezuela utilizando a Colombia. Esto, dice, “… sucedía cuando EEUU era de verdad un imperio…”, situación que a su parecer ya no existe desde la caída del muro de Berlín. En cuanto a que el peligro pueda provenir de la complicidad con del gobierno colombiano Semana ignora el deterioro progresivo de las relaciones por la presencia paramilitar en el país vecino, el espionaje en asocio con la central de inteligencia estadounidense, los actos inamistosos por cuenta del DAS, los intentos por mostrar al gobierno venezolano como protector y promotor de la insurgencia colombiana. Serían solo detalles anecdóticos si no mediaran los prejuicios aristocráticos de personajes como Juan Manuel Santos y sus oscuras relaciones en el comercio de armas con sectores conspiradores de adentro de Venezuela.
Semana desestima dos hechos fundamentales de la geopolítica continental. EEUU fue quien pidió la instalación de las 7 bases, como lo ha afirmado el embajador de ese país. ¿Con base en qué balance del conflicto interno el gobierno Uribe justifica la necesidad de semejante montaje militar? En la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo ¿Cuál es su eficacia? A falta de un balance serio las 7 bases militares son una exageración. Aparecen más bien como una forma de ocupación de Colombia, con copamiento de su capacidad de autodefensa nacional.
¿Qué interés superior de EEUU impone semejante función a unas bases militares colombianas destinadas por ley a la defensa de la soberanía? Es una irresponsabilidad de Semana sostener que el tratado de las bases es un “acuerdo simbólico” que “carece de importancia militar”. No es el volumen de tropas, como sostiene Semana, lo decisivo hoy sino el tipo de armamento aéreo, su coordinación con el complejo de bases en el continente y con la IV Flota Naval. Por tanto, obra Colombia como un trampolín del Comando sur y el yunque de una primera respuesta del vecino país en caso de conflicto. Con la conocida táctica estadounidense de “actuar con manos ajenas” lo que ocurriría es que personal colombiano sea usado como carne de cañón. En todo caso cualquier provocación puede detonar la complicada situación a la que nos abocan las bases estadounidenses.
Un segundo hecho notorio por el que no se pregunta Semana es qué significa la definición de lo que la doctrina de seguridad nacional de Estados Unidos llama populismos anti estadounidenses en referencia a los procesos de cambio democrático que han venido ocurriendo en el continente, a los que cataloga como una amenaza a su seguridad nacional. Washington orquesta un nuevo tratamiento a sus relaciones con América Latina para lo cual busca un renacimiento de la derecha neoconservadora en el continente con vistas retomar el control político de los estados, lo que incluye actos tan violatorios de la institucionalidad como el golpe de estado en Honduras y la farsa de la elección de Porfirio Lobo. Una agresión de EEUU no necesita ser una intervención militar directa, aunque hace parte de su proceder reciente. Ya lo fue su respaldo al golpe contra Chávez en 2002 y el reconocimiento al gobierno fugaz de Carmona Estanga. Por eso el golpe de Honduras es un modelo que Washington ha puesto entre sus ensayos de laboratorio.
Un propósito de la seguridad nacional de los Estados Unidos es destruir la revolución bolivariana y desestabilizar los gobiernos democráticos que no siguen los dictados del imperio.
Por eso, la hipótesis de una agresión de EEUU en Venezuela, entendida como lo venimos planteando es mucho más probable que la de una agresión gratuita de este país a Colombia. Digámoslo más claro: hoy un incidente como el de Ecuador el 1 de marzo de 2008 tendría todos los rasgos de una provocación como en aquella ocasión pero, además, contaría el respaldo militar directo de los Estados Unidos.
En conclusión, lo que oculta Semana es la grave circunstancia en que nos involucra el “inocente” tratado de las bases. Se trata de crear las condiciones materiales y subjetivas, por medio de la propaganda guerrerista y los pretextos de inspiración militar para poner en confrontación dos pueblos hermanos y dos estados con orientaciones sociopolíticas diferentes pero que pueden coexistir y cooperar pacíficamente en su desarrollo y objetivos comunes derivados de su historia, su proximidad, su complementariedad y sus aspiraciones comunes a la independencia nacional, el desarrollo, la paz y el buen vivir.
Solo podemos rechazar esta nueva política de los Estados Unidos. Su intervencionismo en Colombia nos genera un peligro de guerra, ajeno a los intereses del pueblo colombiano. Pero, además, se convierte en el principal obstáculo para alcanzar la paz interior, por una vía política, de diálogo y negociación.
En este año que inaugura el período del Bicentenario de nuestra independencia el primer deber patriótico consiste en asumir con toda responsabilidad la lucha contra las bases militares, contra la ingerencia creciente de Washington en los asuntos internos del país y su proyecto manifiesto de convertir a Colombia en una satrapía erizada de armas frente a América Latina.
En este sentido todas las fuerzas democráticas y, en primer lugar la izquierda colombiana, tiene que definir unitariamente su papel y sus tareas patrióticas e internacionalistas insoslayables.
JAIME CAYCEDO TURRIAGO
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