Por Jaime Caycedo
El debate presidencial ha puesto al descubierto sin proponérselo elementos clave de la crisis nacional. Ante todo, la crisis de la solución militar del conflicto armado histórico colombiano. Es el fracaso de ocho años de guerra sin tregua, acompañada de la creciente intervención militar directa de los Estados Unidos y de la pretensión del gobierno colombiano de obligar a los vecinos a alinearse con los propósitos geopolíticos del imperio.
A pesar de las encuestas, el intento de reducir la confrontación a la falsa disyuntiva Santos -Mockus se ha ido transformando, en las últimas semanas, en el enfrentamiento del continuismo y la izquierda que deja visualizar el asomo de una disyuntiva real. Tal vez lo más importante es el desvelamiento de la conexión necesaria entre el fenómeno histórico-político de la violencia y las condiciones socioeconómicas del pueblo, la deuda social, la miseria inserta en la lógica perversa del sistema socioeconómico dominante, llevado al extremo por el régimen actual.
Lo que Petro ha reconocido como el fracaso de la seguridad armada, en tanto que supremo fundamento del régimen social y político, a la vez que fórmula mágica para la confianza inversionista y la cohesión social inexistente revela el fondo de lo que el Polo ha denunciado como el despojo del pueblo de sus derechos fundamentales y la profundización de las desigualdades. El modelo de sociedad que hoy hastía a los colombianos es el hijo legítimo de la represión, del espionaje a los opositores, de los crímenes de Estado, del intervencionismo militar estadounidense bajo la envoltura del Plan Colombia y ahora del acuerdo sobre las bases, suscrito para los próximos 10 años.
Ese modelo fue instaurado a costa de los derechos fundamentales, burlados, desconocidos y borrados por la mercantilización de la salud, la educación; la expropiación de la tierra, de la vivienda de los pobres; la desaparición de la estabilidad laboral y del salario digno. Petro plantea otra vía posible. La de las reformas, la de la justicia social; el desmonte del modelo neoliberal, construido a la sombra de la seguridad, de las masacres, de la guerra sucia, de los crímenes que segaron las vidas de Jaime Pardo, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro y de miles de activistas. Esta vía de cambios democráticos puede ser también la del reconocimiento y la inclusión de las fuerzas radicales que se levantaron históricamente contra ese orden inicuo.
Por algo los candidatos del establecimiento y la continuidad se han vuelto obsesivos en los temas sociales. La crisis social, efecto de la crisis económica irrumpe en medio de la patria boba. Santos ofrece de todo, inversiones, nombramientos y hasta diálogo con los países vecinos, a los que acusaba de ser refugio del terrorismo. Mockus ha hablado de la “bala como pedagogía” a un país fatigado de violencia. Reconocer las raíces sociales de la insurgencia armada es apología del terrorismo. Ha insistido en que las guerrillas aprovechen estos últimos días con Uribe, porque en su visión, ceñida al rigor de la norma por la norma, no cabe ninguna liberalidad de diálogo.
La lucha para desmontar la ultraderecha del poder es compleja y de largo plazo. No basta un cambio de gobierno. Se necesita de inmediato una izquierda con fuerte apoyo popular que sea factor decisivo en la coyuntura y en sus desenlaces. El voto por Petro y por el Polo expresa la construcción de este nuevo momento de la unidad y la perspectiva.
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A pesar de las encuestas, el intento de reducir la confrontación a la falsa disyuntiva Santos -Mockus se ha ido transformando, en las últimas semanas, en el enfrentamiento del continuismo y la izquierda que deja visualizar el asomo de una disyuntiva real. Tal vez lo más importante es el desvelamiento de la conexión necesaria entre el fenómeno histórico-político de la violencia y las condiciones socioeconómicas del pueblo, la deuda social, la miseria inserta en la lógica perversa del sistema socioeconómico dominante, llevado al extremo por el régimen actual.
Lo que Petro ha reconocido como el fracaso de la seguridad armada, en tanto que supremo fundamento del régimen social y político, a la vez que fórmula mágica para la confianza inversionista y la cohesión social inexistente revela el fondo de lo que el Polo ha denunciado como el despojo del pueblo de sus derechos fundamentales y la profundización de las desigualdades. El modelo de sociedad que hoy hastía a los colombianos es el hijo legítimo de la represión, del espionaje a los opositores, de los crímenes de Estado, del intervencionismo militar estadounidense bajo la envoltura del Plan Colombia y ahora del acuerdo sobre las bases, suscrito para los próximos 10 años.
Ese modelo fue instaurado a costa de los derechos fundamentales, burlados, desconocidos y borrados por la mercantilización de la salud, la educación; la expropiación de la tierra, de la vivienda de los pobres; la desaparición de la estabilidad laboral y del salario digno. Petro plantea otra vía posible. La de las reformas, la de la justicia social; el desmonte del modelo neoliberal, construido a la sombra de la seguridad, de las masacres, de la guerra sucia, de los crímenes que segaron las vidas de Jaime Pardo, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro y de miles de activistas. Esta vía de cambios democráticos puede ser también la del reconocimiento y la inclusión de las fuerzas radicales que se levantaron históricamente contra ese orden inicuo.
Por algo los candidatos del establecimiento y la continuidad se han vuelto obsesivos en los temas sociales. La crisis social, efecto de la crisis económica irrumpe en medio de la patria boba. Santos ofrece de todo, inversiones, nombramientos y hasta diálogo con los países vecinos, a los que acusaba de ser refugio del terrorismo. Mockus ha hablado de la “bala como pedagogía” a un país fatigado de violencia. Reconocer las raíces sociales de la insurgencia armada es apología del terrorismo. Ha insistido en que las guerrillas aprovechen estos últimos días con Uribe, porque en su visión, ceñida al rigor de la norma por la norma, no cabe ninguna liberalidad de diálogo.
La lucha para desmontar la ultraderecha del poder es compleja y de largo plazo. No basta un cambio de gobierno. Se necesita de inmediato una izquierda con fuerte apoyo popular que sea factor decisivo en la coyuntura y en sus desenlaces. El voto por Petro y por el Polo expresa la construcción de este nuevo momento de la unidad y la perspectiva.
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